La postura de la Iglesia frente a la legislación republicana
Los principios y preceptos constitucionales en materia confesional no sólo no responden al mínimum de respeto a la libertad religiosa y de reconocimiento de los derechos esenciales de la Iglesia que hacían esperar el propio interés y dignidad del Estado, sino que, inspirados por un criterio sectario, representan una verdadera oposición aun a aquellas mínimas exigencias. (...)
Más radicalmente todavía se ha cometido el grave y funesto error de excluir a la Iglesia de la vida pública y activa de la nación, de las leyes, de la educación de la juventud, de la misma sociedad doméstica, con grave menosprecio de los derechos sagrados y de la conciencia cristiana del país. (...) De semejante separación violenta e injusta, de tan absurdo laicismo del Estado, la Iglesia no puede dejar de lamentarse y protestar, convencida como está de que las sociedades humanas no pueden conducirse, sin lesión de deberes fundamentales, como si Dios no existiese, o desatender a la Religión, como si ésta fuera un cuerpo extraño a ellas o cosa inútil y nociva. (...)
Derecho y libertad para todos, tal parece ser la inspiración formulativa de los preceptos constitucionales, con excepción de la Iglesia.
Declaración colectiva del
episcopado ante la
nueva Constitución. (20 de diciembre de 1931)
Manuel Azaña y la cuestión religiosa
Yo no me refiero a las dos primeras, me refiero a esto que llaman problema religioso. La premisa de este problema, hoy político, la formulo yo de esta manera: España ha dejado de ser católica; el problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español.
Yo no
puedo admitir, señores diputados, que a esto se le llame problema religioso. El
auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la conciencia
personal, porque es en la conciencia personal donde se formula y se responde la
pregunta sobre el misterio de nuestro destino. Este es un problema político, de constitución del Estado, y es
ahora precisamente cuando este problema pierde hasta las semejas
de religión, de religiosidad, porque nuestro Estado, a diferencia del Estado
antiguo, que tomaba sobre sí la tutela de las conciencias y daba medios
de impulsar a las almas, incluso contra su voluntad, por el camino de su
salvación, excluye toda preocupación ultraterrena y todo cuidado de la
fidelidad, y quita a la Iglesia aquel famoso brazo secular que tantos y tan
grandes servicios le prestó. Se trata simplemente de organizar el Estado
español con sujeción a las premisas que acabo de establecer. (...)
Discurso de Manuel Azaña en el Congreso de los Diputados en 1931
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